
La tarde cae y yo lentamente caigo con ella, en mi mente solo sobrevive el recuerdo del árbol de mi infancia, una gran presencia que permanece intacto desde tiempo atrás a que mi abuelo comprara ese pedazo de tierra que vino a ser el centro de una familia que venia desde San Jacinto. Con la pena acuestas de la perdida de la primogénita; Santa Marta era el nuevo comenzar, la esperanza de tener un buen trabajo y un mejor bienestar como casi todas las migraciones que van en busca de un mejor futuro, Juan Francisco Fernández Estrada era un hombre recio de baja estatura, de pelo lizo y escaso, de tez blanca curtida por el sol. Un hombre crecido en el campo, con un gran gusto por la lectura, que aprendió a leer y a escribir por su propia cuenta. Un hombre sabio que conozco por los recuerdos alojados en la mente de mi abuela y sus hijos. Y aunque ya no esté, su presencia está en ese árbol o como dicen allá "el palo de tamarindo" ya que al rededor de él se ha tejido la historia de nuestra familia.
...cuando no pasa nada y todo me agovia, hago un viaje mental hacia el palo de tamarindo y me siento debajo de sus ramas para cobijarme en su sombra.
PDT: la foto es la sombra del palo sobre la pared del comedor de la casa de mi abuela.
3 comentarios:
ola gostei do teu blog kando poderes passa pelo meu obrigado
Divina esa foto. Me encantó la añoranza del relato...
Bienvenida de nuevo, me alegra que escribas.
y que me dices del dulce sabor de nuestros tamarindos maduros en vacaciones, y echarse un motoso mientras las hojitas te van cubriendo.
Publicar un comentario